Detrás de las cámaras, las campañas de publicidad para decenas de productos (dulces, ropa, juguetes, videojuegos, viajes, etcétera) y las vidas cuidadosamente editadas para atraer vistas, se esconde una realidad que deja un nudo en el estómago: la explotación infantil en la industria de las y los influencers menores de edad.
En Tec-Check llevamos años evidenciando cómo la industria de influencers no sólo compromete la privacidad de las y los niños —incluso corren el riesgo de ser captados por redes de pornografía infantil, como lo hemos documentado aquí—, sino que vulnera derechos críticos para su desarrollo integral como son su derecho al juego, a la intimidad y a no ser explotados económicamente.
Los derechos de la infancia se pisotean en la industria de influencers, mientras las grandes marcas se lucran usando a niñas y niños como escaparates para vender cualquier producto o servicio. En nuestro observatorio #ChatarraInfluencer hemos documentado cómo las marcas (por ejemplo, Yoplait, Danone, Kellogs, Kidzania) utilizan a influencers infantiles para publicar sus productos. Sin ningún empacho.
México sigue barriendo bajo la alfombra el abuso sistemático de los derechos de la infancia por parte de la industria de influencers. Mientras aquí se guarda silencio, en otros países el tema ya llegó a los congresos y se han aprobado leyes que ponen las reglas sobre la mesa.
Francia, por ejemplo, ha aprobado leyes que regulan las horas de trabajo de los menores influencers y exigen que las ganancias se depositen en cuentas bloqueadas hasta que cumplan 16 años, además de introducir el derecho a la imagen del menor en el Código Civil. En Utah, Estados Unidos, se promulgó la ley HB 322, que obliga a los padres a reservar un porcentaje de las ganancias en un fideicomiso y permite a los menores solicitar la eliminación del contenido al alcanzar la mayoría de edad. Por su parte, Australia también ha comenzado a regular esta industria: en Nueva Gales del Sur se ha propuesto una legislación que exige licencias para influencers infantiles y garantiza que reciban una parte justa de los ingresos generados.
Trabajo infantil sin regulación
A diferencia de los medios tradicionales, donde hay cierta regulación sobre el trabajo infantil, la industria de influencers infantiles funciona sin reglas. Niñas y niños graban videos, hacen campañas de publicidad, crean contenido viral. Todo este trabajo — supervisado por sus padres o madres como sus cuentas de redes sociales claman — es para mantener la atención del algoritmo.
No hay regulación sobre sus horarios, la administración de los ingresos que generan y tampoco sus derechos a privacidad o protección a su salud mental. Sus padres, tutores o representantes tienen control total sobre las cuentas, los ingresos y las decisiones comerciales.
En México, el caso de Mateo, un niño influencer conocido por hacerse viral con la frase “No me importa, yo guapo”, desató preocupación cuando apareció en un video con aparentes signos de ansiedad. Aunque sus padres aseguraron que sólo tenía frío y que no era nada grave, el video abrió nuevamente la discusión sobre la presión emocional y la falta de protección legal que enfrentan niñas y niños expuestos en redes sociales.
El documental de Netflix “Malas influencias: El lado oscuro de las redes en la infancia” visibiliza uno de los problemas más preocupantes: la hiperexposición de menores en redes sociales sin filtros ni medidas de protección. En estas plataformas, cualquier persona puede seguir y comentar en perfiles de niñas y niños influencers. El resultado: adultos con conductas inapropiadas, acoso, abuso y sexualización de las y los menores.
Lo más alarmante que se muestra en el documental: los algoritmos de las redes sociales favorecen este tipo de contenido, ayudando incluso a perfiles pedófilos a encontrar nuevas cuentas de menores influencers. En lugar de proteger, las plataformas priorizan la viralidad por encima de la seguridad.
Aunque muchos de estos perfiles se venden como cuentas de “infantes felices creando contenido”, la realidad es que para las y los influencers infantiles ya no se trata de un juego. El contenido se planifica, se graba varias veces, se edita y se publica con una estrategia de monetización detrás. Esto incluye colaboraciones con otras cuentas, campañas publicitarias de cualquier producto o servicio y dinámicas pensadas para enganchar a la audiencia (coreografías, trivias, retos, recreación de recetas, viajes y vlogs de vida diaria) .
Las y los influencers infantiles compiten entre sí por la atención de marcas y de las y los seguidores, y en muchos casos se les manipula emocionalmente para crear contenido que genere reacciones. Desde bromas pesadas hasta situaciones humillantes: todo vale para que el algoritmo recompense.
Otro problema invisible: las campañas de odio, los ataques con bots y el impacto emocional que todo esto puede tener en una persona que apenas está aprendiendo a relacionarse con la sociedad. Niñas y niños están expuestos a burlas, comparaciones, comentarios malintencionados y ciberacoso. Y están pasando por esto a una edad en la que todavía están construyendo su identidad. Todo esto tiene consecuencias directas en su salud mental, autoestima, confianza y relación con el entorno.
La regulación a la industria de publicidad de influencers tiene que abordar el trabajo de influencers infantiles y priorizar sus derechos como menores de edad. Las infancias no son contenido, no son productos, y no deben estar al servicio del algoritmo ni de intereses comerciales. Urge que la #LeyInfluencerYA proteja a las infancias en México.